El lado oscuro del corazón
por Iván Ríos Gascón
En 1992, el cineasta argentino Eliseo Subiela colocó un éxito en taquilla: El lado oscuro del corazón, la historia de un poetastro en perpetua bancarrota, un bardo naïf y buscavidas de nombre Oliverio (homenaje al poeta Girondo), cuya obsesión radica en encontrar a la mujer que sepa volar. La testarudez de Oliverio se complementa con el flirteo que mantiene con la Muerte, una atractiva señora vestida como calavera de José Guadalupe Posada.
El auge de El lado oscuro del corazón, no se debió únicamente a la frescura narrativa ni a la candidez de sus estereotipos (Oliverio interpretado por Darío Grandinetti, la Muerte por Nacha Guevara, la prostituta Ana por Sandra Ballesteros y Mario Benedetti, que prestó cuerpo y voz a un vate alemán que rondaba el penoso cabaret de Montevideo), sino a la astucia para construir los diálogos a partir de los poemas de Girondo, Juan Gelman y, por supuesto, Benedetti.
Así, una de las secuencias más intensas de la peli de Subiela, es aquélla en la que Oliverio le recita a Ana:
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo…
Instante que dejaba helados los espectadores, mientras la cámara de Hugo Colace registraba la expresión llorosa de la puta que habría de derrumbarse con los últimos versos de Oliverio:
Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.
El poema es “No te salves”, que junto con “Táctica y estrategia” (mi táctica es mirarte/ aprender como sos/ quererte como sos/ mi táctica es hablarte/ y escucharte/ construir con palabras/ un puente indestructible…), condensaron la energía sentimental de un personaje que, a ojos de Subiela, debía ser el sincretismo de Girondo, Benedetti y Gelman.
Sí. Oliverio era una especie de moribundo que sólo obtendría el sosiego al hallar a la mujer perfecta para compartir el vuelo, idea que subyugaba al autor de La tregua.
Benedetti lo dijo más de una vez: si había algo que admirara y repudiara al mismo tiempo, era el libro de Schopenhauer, El amor, las mujeres y la muerte, porque al poeta uruguayo le parecía execrable la misoginia del filósofo alemán y, para aligerar aquel incordio que experimentó desde muy joven, utilizó uno de sus axiomas como epígrafe de sus poemas: “El amor es la compensación de la muerte; su correlativo esencial” y se me ocurre que ahora que Benedetti ha muerto, quizás esa sentencia pueda redimirlo ante ciertos lectores que en los últimos años de su vida, menospreciaron los versos de un romántico que sólo aspiró a las nubes entre las etéreas piernas de una Musa…